El regreso a casa del actor secundario Vincent Schiavelli

Vincent Schiavelli era uno de esos actores que todos reconocemos, pero del que pocos saben el nombre. Su físico extraordinario y peculiar lo condenaron a una carrera de actor secundario. Milos Forman lo eligió a menudo y le dio algunos de sus papeles más icónicos: Fredrickson, el loco bondadoso de Alguien voló sobre el nido del cuco o el mayordomo de Salieri en Amadeus. Hollywood encontró en él a un villano ideal, y así lo vimos en alguna de las entregas de la saga de James Bond o de Batman. Pero la mayoría lo recordaréis como el fantasma del metro en Ghost.

Schiavelli había nacido en Brooklyn, nieto de inmigrantes sicilianos, y en 2002, poco antes de que yo empezara a trabajar allí, decidió regresar a Sicilia, comprar una casa en el pueblo de sus antepasados y pasar allí los últimos años de su vida. El pueblo se llama Polizzi Generosa y allí Schiavelli se convirtió en un personaje: enorme y desgarbado -el marionetista Mimmo Cuticchio diría de él que “parecía ir a caballo, incluso cuando iba a pie”-, de ojos tristes que contrastaban con una risa franca y estruendosa y hablando en el bar y en el mercado el sicliano arcaico que había aprendido de sus abuelos, los locales lo acogieron como una excentricidad entrañable.

Para quien nunca ha estado allí, no es fácil hacerse una idea de Polizzi Generosa. Hace falta quitarnos de la mente el imaginario tópico de la Sicilia mediterránea. Aquí no hay ni ruinas griegas ni palmeras ni extensas plantaciones de cereal. A más de 900 metros sobre el nivel del mar, Polizzi es uno de los municipios de las Madonías, la principal cadena montañosa de la isla. En las Madonías, el paisaje y la cultura son distintos, de montaña. Los madonitas son antes madonitas que sicilianos y ha sido entre ellos como he llegado a entender esa máxima según la cual no hay gente del norte y gente del sur, sino tan sólo gente de costa y gente de interior. Los madonitas son gente de interior y de montaña. Están acostumbrados a las nevadas copiosas en invierno y a las nieblas constantes hasta bien entrado el verano.

Desde Palermo subimos a los pueblos de las Madonias, sobre todo en otoño, a disfrutar de una gastronomía peculiar basada en las setas y la caza. Precisamente a cocinar se dedicaba a finales del XIX el abuelo de Vincent Schiavelli. Andrea Schiavelli era el monsù de la familia Rampolla, una de las más poderosas de la zona. Monsù, por cierto, quiere decir chef en siciliano y es una corrupción del monsieur con el que se hacían llamar los cocineros franceses de la aristocracia terrateniente.

Cuenta la leyenda, que el abuelo de Schiavelli era un chef conocido en toda Sicilia. En una ocasión, el señor Rampolla fue a la cocina a avisarle de que esa noche tendría invitados importantes de Palermo. “Espero que prepares algo especial”, le dijo. Andrea era orgulloso y se tomó las palabras del señor como una ofensa. “¿Cuándo he cocinado yo algo que no sea especial?”, preguntó a sus ayudantes. Ofendido, esa noche sirvió a los invitados unos involtini preparados con carne de rata. El plato fue un éxito y durante toda la cena los comensales discutieron la procedencia de la carne. No podía ser ternera. Cerdo, no parecía. ¿Era tal vez caza? El chef insistió en no revelar el secreto de su receta. Sin embargo, los secretos duran poco en un pueblo pequeño y pronto el rumor de que Andrea había dado de comer carne de rata a sus señores empezó a correr por Polizzi. Schiavelli tuvo que huir en mitad de la noche y decidió dejar el pueblo, las Madonías y Sicilia. Terminó emigrando a los Estados Unidos e instalándose en Brooklyn.

La emigración de Sicilia a América fue masiva durante los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Muchos madonitas emigraron entonces, buscando escapar de la dura vida de los pueblos de montaña. Todavía hoy es difícil encontrar a gente que no tenga un zio en América. Recuerdo en una de mis primeras bodas sicilianas terminar hablando con una anciana de las Petralias. Orgullosa me dijo que la boda había sido un éxito tal que hasta había venido la familia de Bruculinu. De vuelta a casa busqué el pueblo en el mapa, imaginándolo particularmente remoto. Sólo tras un rato largo me di cuenta de que Bruculinu es como los locales llaman a Brooklyn, tal vez la ciudad del mundo con más sicilianos.

Schiavelli pasó en Sicilia los últimos años de su vida. Allí participó en el rodaje de algunas películas, protagonizó varios espectáculos teatrales – especialmente legendaria es su adaptación del Quijote, realizada por las calles de Polizzi – y escribió varios libros que combinan la gastronomía y la autobiografía.

El año de su muerte visité por primera vez Polizzi. Fui a la iglesia mayor para ver la Virgen de los Dolores, que viste un manto de Dolce & Gabbana -Francesco Dolce es otro polizziano ilustre- y después paseé hasta el cementerio, situado a las afueras del pueblo, donde llegué casi a la hora del cierre. El guardés me preguntó si había venido a ver la tumba del Americano y me condujo hasta la lápida donde junto a su nombre puede verse una foto del actor, con su característico sombrero de ala ancha, sus ojos tristes y su sonrisa.

Allí recordé otra anécdota cinematográfica que había ocurrido en el mismo cementerio unos años antes. Los abuelos del director Martin Scorsese también habían emigrado desde Polizzi Generosa. Durante su primer viaje a Sicilia y acompañado por la que entonces era su mujer, Isabella Rossellini, recorrió el cementerio en busca de una lápida en la que se leyera su apellido. Desolado al no encontrarla, se sentó y empezó a sollozar. Isabella siguió paseando entre las tumbas hasta que se volvió, cogió a Scorsese de la mano y lo llevó hasta una tumba donde se leía el apellido verdadero de la familia: Scozzese. Algún funcionario descuidado en Long Island había escrito mal el apellido cuando el abuelo del director entró en América. Nunca he conseguido averiguar qué relación podía tener con Escocia una familia de las Madonías, pero espero volver a la isla cuando todo esto haya pasado para descubrirlo. Entonces os lo contaré.

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