No pasa nada porque el “año Beethoven” esté acabando. El año que viene volverá a serlo. Y el siguiente.

Es muy posible que Ludwig van Beethoven naciera el 16 de diciembre de 1770, anteayer hizo doscientos cincuenta años. Al final este año nos ha dejado un montón de conciertos cancelados, que seguramente se reprogramen para el año que viene, y varias decenas de nuevas grabaciones que, salvo escasas excepciones, han arrojado poca luz sobre el legado y la vigencia del compositor alemán. Eso sí, en todas partes hemos vuelto a oír las mismas obviedades e idioteces sobre la genialidad de Beethoven y la naturaleza revolucionaria de su música.

Admirar a Beethoven por su excelencia es igual de estúpido que alabar una determinada barra de platino e iridio por medir exactamente un metro. No se trata de que su música sea particularmente buena, sino de que hemos construido un sistema que valora la música en función de su parecido con la de Beethoven. Sólo a partir de esta confusión puede un director de orquesta por lo demás inteligente decir hoy en la prensa que la música de Beethoven supone «la culminación de la cultura occidental».

Del mismo modo, los medios de domunicación crean un personaje caricaturesco a partir de cuatro rasgos de carácter simplificados y de un puñado de anécdotas que mezclan lo real y lo apócrifo, pero a las que, aislándolas de cualquier contexto histórico, se otorga estatuto casi evangélico para armar así la imagen del creador irreductible e insobornable y el revolucionario que no acepta compromisos. Es de este Beethoven como personaje de tebeo del que se pueden escribir artículos con títulos tan directamente oligofrénicos como «Beethoven el revolucionario contra el integrado Mozart. ¿Cuál es mejor?»

El verdadero problema del «año Beethoven» reside precisamente aquí y no en su música. El verdadero problema del «año Beethoven» es que lamentablemente en el mundo de la música clásica todos los años son «año Beethoven». Todos los años son años de perpetuación de una sarta de tópicos sobre el personaje y de programación hasta la náusea de un número limitadísimo de obras suyas: las integrales de las sinfonías y un puñado no demasiado amplio de obras para piano y de cámara se repiten una y otra vez en salas de conciertos, programas de radio y ediciones discográficas con nuevas grabaciones que no tienen nada que aportar salvo una mejora ligerísima de sonido (en el mejor de los casos).

Un celebración verdadera e interesante del aniversario del nacimiento de Beethoven supone -y afortunadamente hay que lo está haciendo así- la propuesta de prácticas que cuestionen el modo en el que se ha construido el canon a partir de su figura y su obra. Sería maravilloso oír más sus obras menos conocidas, a menudo las que menos se adecuan al estereotipo heroico y espiritual. Sería interesantísimo oír obras de otros compositores contemporáneos o inmediatamente anteriores o posteriores a Beethoven, de modo que su excepcionalidad pudiera ser puesta en contexto y posiblemente relativizada. Sería magnífico que se encargaran nuevas composiciones que pudieran interpretarse y grabarse junto a las grandes partituras de Beethoven y que se enfrentaran a ese legado y mostraran o debatieran si su vigencia es tal. Saldríamos todos beneficiados, pero también la misma música de Beethoven, a la que a menudo se ha encorsetado o paquidermizado en diversas guisas porque somos tan listos que no podemos aceptar que el legado del compositor no se adecue a la idea que nos hemos formado de él.

Un comentario sobre "No pasa nada porque el “año Beethoven” esté acabando. El año que viene volverá a serlo. Y el siguiente."

  1. Parcialmente de acuerdo. Primero, me parece que en el comentario está siendo dejado de lado el sentimiento, ese impacto que nos hace afirmar que algo es bueno. Siendo muy joven, escuché casi por casualidad la Eroica en la versión de la Cleveland. En ese momento yo devoraba todo el rock sajón -en inglés y en castellano- que se pudiera encontrar. La Tercera me pareció algo alucinante y curiosidad mediante, busqué y escuché otras composiciones del Sordo. A veces guiado por consejos académicos, otras por pura intuición. Creo tener una idea general, desde lo diletante, de su obra, que me parece magnífica. Mi favorita, luego de cuarenta años, sigue siendo la Tercera, pero estoy dudando porque vuelvo una y otra vez a la Gran Fuga.
    Creo también que las repetidas y recurrentes grabaciones son una búsqueda. Las nueve sinfonías «rescatadas» por Gardiner son un ejemplo de eso. La tecnología, sonido y video mediante, también está contribuyendo a estructurar una obra ya enorme, desde el espectáculo y la difusión, hechos inéditos hace pocos años atrás. Los conciertos en vivo o grabados en las diversas redes, la adolescente guitarrista Sina y su brillante versión de la Claro de Luna, entre otros, son un ejemplo de esto. Así, con el correr del tiempo -ahora lo hace más rápido que antes- tal vez nos acerquemos al entendimiento de todo proceso creativo.
    Los aniversarios son una ocasión para lo bueno, más allá de las obviedades y los lugares comunes. Hay que confiar en la libertad. Esa que la belleza y la verdad usan a través del arte para abrirse camino.

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