Un lugar donde ir a escuchar

[Si imaginamos un diagrama de Venn en el que un conjunto sea el de los aficionados a la música de concierto contemporánea y del otro formen parte quienes, fascinados por el remoto norte, han vivido o pasado temporadas cercanos a la línea del Círculo Polar Ártico, se crea una intersección en la que estamos instalados los amantes de poemas sinfónicos en los que las masas sonoras avanzan con la lentitud inexorable de un glaciar o embisten con la contundencia inmitigable de una tempestad de viento y nieve o una erupción volcánica. Del Tapiola de Sibelius a las piezas de inspiración geológica de Anna Þorvaldsdóttir y Páll Ragnar Pálsson, existe un repertorio que hace del encuentro con lo elemental de las fuerzas de la naturaleza en el extremo septentrional del planeta no sólo una fuente de inspiración, sino también un repositorio de mecanismos de escritura y una propuesta de compromiso con los retos a los que nos enfrentamos como especie en el Antropoceno. En ese universo, la música de John Luther Adams ocupa un lugar muy especial. He escrito unos párrafos sobre su extraordinario nuevo libro.]

* * *

En su reciente autobiografía Silences So Deep: Music, Solitude, Alaska, el compositor estadounidense ofrece algunas claves para entender su música y regala el relato apasionante de una vida dedicada al remoto norte. El título de su libro lo toma Adams de una estrofa del poeta John Haines, amigo suyo y personaje esencial en estas memorias: «There are silences so deep / you can hear the journeys of the soul, / enormous footsteps / downward in a freezing earth.» Como Adams, Haines es un estadounidense que hizo de Alaska su tierra adoptiva, buscando en ella una vida simple en la naturaleza inspirada en el Walden de Thoreau.

Las primeras páginas del libro narran una infancia y juventud americanas en la segunda mitad del siglo XX. Siguiendo las exigencias del trabajo de su padre, John Luther Adams crece en los suburbios de grandes ciudades de Georgia y New Jersey y decide estudiar composición en California, donde recibe la influencia de las grandes figuras de la vanguardia estadounidense: Edgar Varèse, John Cage y Morton Feldman. Sin embargo, va a ser un viaje a Alaska a mediados de la década de 1970 el que lo cambie todo: «from the moment I arrived, I knew that I had come home», escribe. «There was a kind of exhilaration, a sense of possibility, of openness in the landscape that led me to dream of music that somehow reverberated with all of that fire and ice and wind and stone and space and elemental power». Adams se instala en Alaska como activista medioambiental y participa en varias campañas que se plasman en algunas de las leyes más importantes que el gobierno de su país ha promulgado para la conservación del estado ártico. Es también durante este periodo de activismo cuando se gana la enemistad de los representantes de los grandes intereses petroleros en la región y cuando conoce a Cindy, su mujer, con la que incia una relación que excluye la convivencia. Con el paso del tiempo y su evolución como compositor, deberá elegir entre activismo y creación, y elegirá lo segundo.

En Alaska, Adams se instala en una cabaña a una veintena de kilómetros de Fairbanks, sin agua corriente. Durante los inviernos, el termómetro no sube de los cuarenta grados bajo cero. Algunas de las mejores páginas del libro describen su vida en la cabaña. Es una vida de aislamiento en la que, como los anacoretas del primer cristianismo, encuentra, sin embargo, la amistad de otros solitarios. Aparte de su mujer, los dos grandes amigos de Adams en Alaska serán el poeta John Haines y el músico Gordon Brooks Wright, director de la Fairbanks Symphony Orchestra y la Arctic Chamber Orchestra, de las que el compositor será percusionista. Ambos viven en cabañas a pocos kilómetros de la de Adams. A través de su trabajo conjunto y de largas sesiones de sauna y conversación dominicales, Adams va delineando una visión del mundo y el arte que darán forma a sus grandes obras. «In our shared solitude», escribe, «I found a sense of community that I doubt I could’ve found in any other place».

El remoto paisaje ártico se convierte , sobre todo, en un maestro en el arte de escuchar. «For me, it all begins with listening», dice Adams, que considera que el éxito de su trabajo como compositor residiría en enseñar al oyente «to be fully present, to listen deeply to this world that we share». El título de una de sus primeras obras de madurez procede de la traducción al inglés del nombre inuit de un lugar en la costa del Océano Ártico donde el ruido del mar permite a los nativos oír la voz de los ancestros, Naalagiagvik, The Place Where You Go To Listen. En el libro abundan los pasajes en los que el contacto con la naturaleza ayuda a Adams empezar a imaginar la música que quiere componer.

For the next week we paddled and portaged our way across Admiralty Island, through a chain of jewel-like lakes. The old-growth rain forest of spruce, fir, and hemlock was filled with a luxuriant stillness, occasionally punctuated by the excited percolations of winter wrens, the cascading arpeggios of hermit thrushes, and the low drumming of ruffed grouse. As I traveled on through Alaska—to Denali, Glacier Bay, and Katmai—I imagined there was music that could be heard only there, music that belonged there like the plants and the birds, music that resonated with all that space and silence, cold and stone, wind and fire and ice. I longed to hear that music, to follow it wherever it might lead me.

O este otro:

Another time Dennis Keeley and I were hiking on the coastal plain. As Dennis strode out ahead of me, I watched his feet rising and falling at a steady pace. But he looked as if he were walking in place, not moving forward at all. Immersed in that expanse with no trees and no prominent landmarks, we lose our sense of scale and distance—floating in undifferentiated space, suspended in time. This was what I was searching for in music.

En Silences So Deep encontramos descripciones generosas e interesantísimas del proceso de escritura de algunas de las obras maestras de Adams: songbirdsongs, In the White Silence, Strange and Sacred Noise, Inuksuit, The Wind in High Places o Become Ocean. Adams reflexiona sobre cómo ha llegado a escribir obras en las que «no pasa nada», capaces de sostener un único acontecimiento o una misma textura durante toda su duración. También sobre la manera en la que aprendió que existe música que es demasiado grande para el espacio en el que suele interpretarse, y cómo usar eso a su favor.

En 2014, después de casi cuarenta años, John Luther Adams dejó Alaska y se instaló con su mujer Cynthia en un lugar del desierto en el sur de los Estados Unidos. La destrucción del paisaje ártico por el calentamiento global y la explotación petrolífera y la disolución de la comunidad eremítica de la que el autor formó parte añaden un regusto amargo a estas memorias. Está claro que no puede escribirse música inspirada en la naturaleza en la era del Antropoceno con la actitud idílica del romanticismo y que hacerlo como mera elegía resulta inútil. «I want my music to be more than an elegy for what we have lost», escribe Adams en el prólogo del libro, «more than a lamentation for a world that is melting. Music is my way of imagining how the world is, and how it might be, with or without us.»

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